En la tarde del Jueves Santo, Linares se convierte en testigo mudo del injusto Prendimiento de nuestro Señor en la Plaza de San Agustín. Cabizbajo y escoltado por dos centuriones anda el Señor Soberano con la mirada ausente aceptando el sacrificio, mirando a un pueblo que sufre por el. Aun están por llegar las horas mas duras en donde la tristeza de la media tarde y agotándose los últimos rayos de luz, Cristo será Sentenciado a muerte ante el pueblo Linarense. En la estrechez de las calles antiguas como San Francisco, Pontón, Rosario... donde todo huele a piedra, el aire se llena de aromas a jazmines e incienso. Purificando todo a su paso, cuyo camino invariable recorre las conciencias de todas las miradas. Por estas calles va Cristo humillado y silencioso hasta su Sentencia, donde Pilatos dictará un año mas la Pena de Muerte para el reo de San Agustín. Allí esperan al Soberano la multitud que se agolpa como si de una  tropa de romanos se tratase, ejecutores de un Prendimiento que el pueblo de Linares debe acatar, oír como un dolor que se anuda en sus ojos marcando la impotencia de contemplar sus manos atadas. Su sombra es vigilada por los centuriones romanos que no le quitan las vista de encima, mientras que un sayón tira de la cuerda que atan sus manos con fuerza indicándole el camino a seguir. Mientras, a lo lejos Judas el Discípulo que entrego a su Maestro huye de la escena tras entregar a Cristo con un beso.

Tras el Señor Prendido, una larga fila de Hermanos Nazarenos vestidos con túnica y capa blanca con caperuz granate portaban entre sus manos largos cirios alumbrando la oscuridad de la noche con luz humeante . Los incensarios exhalan al universo su aroma, toda la atmósfera se confunde y  allí  majestuosa, entre esa nube de incienso aparece la Madre de Dios... Ntra. Sra. del Rosario. Madre del Soberano que llegas de una forma tan inesperada como deseada siendo la luz dentro de la oscuridad, pureza y esperanza, consuelo y armonía, belleza y ofrenda... . El crujir de la trabajadera o el sonido de la bambalina golpeando contra el varal nos hace desviar la mirada hacia ella... la Reina del Santo Rosario. El redoble de un tambor acompaña el andar de esta virgen, la respiración se contiene al paso de la Madre... no es para menos, es difícil no sobrecogerse cuando se escucha el racheo de la zapatilla contra el suelo empedrado de la calle. Su mirada elevada al cielo, perdida en el vacío traspasada por el dolor y abatida, su boca entreabierta parece muscitar una oración.