Con el pie siempre adelantado avanza el Señor de Linares. Bajo el peso de la cruz a sus hombros, espinas en su frente, calles para que su sombra se proyectase, luces para iluminar su faz, oro para vestir su cuerpo, pañuelo para consolar a la Madre, lirios para que muriesen a sus plantas, silencio ante su zancada, oración en sus cultos, parroquia para su cobijo, devoción para no perder la senda...

Dios, Padre... Señor Nazareno y por siempre Rey de Reyes. Linares entera se postra ante tu altiva peana, y deja en tu piel las señales de una devoción que rompe esquemas. Entre lirios y claveles, hoy la vida llena nuestras almas, porque aunque en tu rostro la muerte se presienta, sabemos que en tus manos atadas está la verdad y en tu palabra nuestro alimento de vida. Que queremos honrarte ahora que adelantas el pie y te acercas lentamente a la Pasión de la Cruz. Gólgota de luces que se observa en la lejanía de este desierto al que hoy nos retiramos para orar con Jesús. Arena de tu desierto, Señor, es la que en esta Cuaresma buscamos pisar siguiendo tus huellas, andando con esfuerzo, venciendo las tentaciones y cumpliendo los designios del Altísimo.

Ya hay quien sueña con ver tu rostro en esta madrugada Linarense, dibujando contrastes en nuestras retinas, mientras el sol presume de ser primero en rozar con sus rayos tus mejillas... ya huele a azahar, donde el morado es distintivo de fe y donde la oscura sombra de la cruz ya se derrama sobre la humilde mirada del Nazareno: Reo y Rey, Padre e Hijo, Señor nuestro.